Todo empezó el día que Brett Archibald, un sudafricano de 50 años en plena forma, decidió irse de surf trip a las Mentawai junto a ocho amigos. Las cosas iban bien hasta que seis de ellos enfermaron al tercer día. Entre lluvia y vómitos, Archibald salió a cubierta de noche y acabó cayendo al agua.
Aunque gritó con todas sus fuerzas, las fuertes corrientes le alejaron del barco rápidamente; equipado únicamente en pantalón y camiseta. Fue al cabo de unas 4 horas, en el desayuno, que sus amigos se percataron de su ausencia, alertaron a las autoridades e iniciaron su búsqueda.
Las historias que le ocurren a Brett Archibald en las 28 horas que siguen a su caída son de lo más alucinantes: ataques de gaviota; encuentro y contacto con tiburones; alucinaciones; aparición de su mujer diciéndole que no se atreva a dejarla viuda con las dos niñas, etc.
De entre todas ellas destacan los momentos de frustración en los que creyó que le rescataban. Uno de ellos, por parte del barco de sus amigos, al que vio en la lejanía pero fruto de las corrientes, le resultaba imposible acercarse. Tampoco funcionaron los gritos. Encendieron el motor y se fueron.
También hubo una con un barco de un pescador con el que ocurrió algo parecido. Esta vez, pasadas unas horas de más y desmoralizando al pobre surfista. Si hasta entonces su única preocupación había sido mantener la cabeza fuera del agua e intentar aprovechar la lluvia como agua dulce, en aquel momento decidió parar. Deshidratado, vomitando agua salada y con los músculos sin fuerza, decidió dejarse hundir. Pero cuenta que no pudo y acabó remando otra vez para salir a la superficie.
Finalmente, despúes de 28 horas, Brett Archibald fue rescatado. Habia perdido 7 kilos por deshidratación, tenía la presión baja y estaba quemado por el sol. Pero nada más. No necesitó ni hospitalización. Según el doctor que le examinó, de cada 1.000 personas a las que hubieran puesto en su situación, 999 habrían muerto. Pero él era ese uno por ciento.
Mira aquí la historia:
